LA ANGUSTIA

Doble sueño, doble visión, dos historias muy distintas la una de la otra y un sólo gesto misterioso en cada una. Una mueca irracional, angustiosa, que aún no comprendo y se resiste a todo análisis, negándose a pasar siquiera por los mecanismos lógicos más elementales de mi mente.

Pero no indaguemos más. Mejor hagamos de las dos alucinaciones una única ficción.

*****

—Hazme el amor.

—La cuenta, por favor.

Entran al auto estacionado a la entrada del restaurante. La gente pasa. El letrero luminoso brilla con intensidad.

Se besan con ardor.

Ella en sus brazos. Él la acaricia, mientras la abraza con ternura. Le desabotona la blusa y, con placentera delicadeza le toma un seno, luego el otro.

—Vamos, aquí no.

Se componen y salen raudos de allí.

Antes de que les abran la puerta metálica, él le desabotona nuevamente la blusa y, con un rápido y preciso movimiento en la espalda, le quita el sostén. Ella, con torpe desesperación le arrebata la corbata y lo despoja de la camisa.

El anónimo anfitrión abre finalmente la entrada y ambos quedan al pie de la cama. Él sentado. Ella de pie, desnuda desde la cintura.

Él la besa en el abdomen, con creciente excitación y una ternura especial. Pero al mirar de pronto hacia arriba, ve en su rostro un gesto que no comprende, pero que inmediata e irremediablemente perturba la paz de su alma y le llena de angustia.

Nada sucede entonces, y esa noche sueña con la más terrible mortificación.

*****

La procesión de negro sale de la iglesia. Al frente, un ataúd funesto es cargado por seis hombres de luto perfecto. La carroza espera con la puerta abierta.

—¡En andas, hasta el cementerio!

La puerta se cierra y los seis encabezan la marcha con su aciaga carga, seguidos por el coche vacío.

El silencio es roto sólo por el cuero al golpear el asfalto.

El calor, producto supremo del sol, es intenso. En el camposanto han abierto un vientre en la tierra y dos hombres esperan sin prisa, apartados, para cerrarlo de nuevo.

El féretro es colocado sobre las dos cintas del mecanismo que lo bajará despacio, en silencio mortuorio, hacia el fondo de la cavidad. Antes de accionarlo, el más triste de los seis lúgubres hombres se acerca al cajón y levanta la ventanilla de la tapa para mirarla por última vez.

Y al mirar, ve con horror ese gesto que aún no comprende, que después de tanto tiempo vuelve para perturbar una vez más la paz de su alma con la más terrible angustia.

Nada más sucede. Y esa noche, que ahora se hace eterna, sueña con la más terrible mortificación.


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© José Luis Rodríguez Pittí
Publicado por primera vez en el libro "Crónica de invisibles" (UTP, Panamá, 1999).