Lo mire a los ojos. Parecía no importarle mi presencia. Me senté con todos y con todos compartí el momento de íntima y extraña tranquilidad. Extraña paz. Extraña quietud. Al menos para mi, que sabía de antemano lo que iba a seguir.
A veces hablaba y todos lo escuchaban con detenimiento. Cuando lo hacía, dedicaba a todos miradas intensas, atentas. De pronto, anunció que uno lo traicionaría.
Y aquí algo raro sucedió: el tiempo se detuvo para todos, menos para él y para mí. Soltó el pan, dejó el caliz con el vino, y de un salto atravesó el largo espacio entre nosotros, colocándose a mi lado, acercando su rostro al mío lo más que pudo sin tocarme. Con fuerza me espetó: “Hipócrita... Memoriza bien lo que ves y díselo a todos: di que soy negro... ¡Qué el Hijo del Hombre es sólo un negro como ese que mataste ayer con saña!”.
Fue allí que desperté empapado en sudor.
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© José Luis Rodríguez Pittí
Publicado por primera vez en la Revista MAGA #60-61, Panamá, 2007.