IMAGINARIO ARISTIDIANUS PANAMEÑO: KREOL CRIOLLO 2010

Kreol Criollo 2010
En la obra de Aristides Ureña Ramos hay un poder especial. Una fuerza que surge de la misma magia con la que este artista veragüense convoca en sus cuadros toda clase de criaturas, paisajes, héroes, villanos y objetos entre los que forman parte del imaginario panameño. Con gran habilidad los hace tomar forma y los reúne para que en cada una de sus piezas nos cuenten sus historias, para que nos expliquen en cada pintura un fragmento del universo mitológico del istmo: compleja cosmogonía nacida del choque, a veces violento, otras veces delicado, de todas las culturas que llevan siglos encontrándose en Panamá. Rica tradición, que a veces parece que se disipa entre la indiferencia pero que, como toda cultura viva no hace más que crecer, alimentándose de las diversas fuentes que no dejan de arribar a este angosto espacio entre dos transitados mares.
Pero esa magia en el arte de Ureña Ramos no es un acto de simple prestidigitación. Tampoco es una habilidad surgida del vacío. Lo que Aristides hace en cada una de sus obras es el resultado de una búsqueda paciente y disciplinada, unida a una capacidad especial que tiene para absorber y entender, asimilar y reinterpretar, tanto el canon occidental como el producto de esa creatividad fértil de los pueblos que en oleadas han llegado a habitar Panamá.

Residente desde 1980 en Florencia, ciudad riquísima en tesoros artísticos en una región ya de por sí prodigiosa, donde había estudiado en la Accademia di Belle Arti entre otras instituciones, Aristides Ureña Ramos es originario de Santiago de Veraguas, en el centro cultural de Panamá. Allí creció observando los detallados altares barrocos de la iglesia de San Francisco de la Montaña, los elementos arquitectónicos de la hermosa Escuela Normal que aloja unos enormes murales de Roberto Lewis, y escuchando historias de abusiones, tuliviejas y otros seres de la mitología panameña. Con su acervo cultural, con toda su formación, con meticulosidad y con un intelecto dedicado, el artista explora los elementos que definen la heterogénea y rica cultura panameña, en sucesivos ciclos pictóricos que ha venido desarrollando desde los inicios de su carrera hace más de 30 años. La más reciente de dichas iteraciones es la presentada en esta exposición que realiza en Panamá la Galería Habitante.

En Kreol Criollo 2010, Aristides nos presenta dos series de pinturas en las que reinterpreta algunas de las leyendas populares de Panamá y explora la variada iconografía de un país rico en tránsito, en comercio y en gente diversa.

En la primera de las series, titulada Atmósferas, mitos y cuentos, el artista veragüense combina diversos elementos de la tradición oral del país en una especie de hibridación artística de la que surgen estas pinturas realizadas, como dice el propio autor, “a la manera criolla panameña”. Hechos de memoria e imaginación que se unen en estos cuadros en los que Ureña Ramos rinde homenaje además a varios maestros de la pintura nacional a quienes declara su punto de partida: las pinceladas y el estilo triunfalista de Roberto Lewis, las atmósferas de Jaime Humberto Ivaldi, lo grotesco de Adriano Herrerabarría, la espontaneidad de las figuras de Mario Calvit y lo onírico y campesino de Carlos Francisco Changmarín. Todo ello alimentado por el estilo de la pintura popular veragüense y lo que Aristides llama el estilo cutarrista, sin olvidar nunca el canon occidental del que el pintor se ha nutrido en abundancia, tanto con obras de los más grandes maestros de la plástica, como con los trabajos del arte decorativo tales como la chinoiserie y esos complejos tapices conocidos como arazzi.

Ay morena, mira pa trás (*)
Poblados con personajes antropomorfos como tío venado y tío tigre, de querubines africanos, hombres peces, bichos raros, caimanes, garzas y hombres y mujeres de todos los orígenes que se mezclan con estos seres extraordinarios en paisajes exuberantes para jugar bola (canicas), bailar pindín, tocar tambor o recoger tabaco antes de participar en la danza del palo de mayo. De alguna manera, al mirar estos cuadros, entendemos mejor eso que significa ser panameño. Y lo hacemos con alegría, con optimismo. Porque todas estas piezas además de contarnos historias, nos transmiten esas emociones que sentimos en las fiestas de los pueblos, en los encuentros de amigos, en el baile e incluso en el trabajo que, cuando está bien hecho, se celebra. Como toda obra verdadera de arte, las pinturas de esta serie nos revelan eso que de alguna manera sabemos pero que no podemos explicar y con lo que nos sentimos tan identificados los que nos llamamos panameños.

Así nos ocurre con los personajes de los cuentos, que Aristides nos presenta heroicos en La patria son los recuerdos y festivos en Cumbia Panamá; en ese origen mitológico de las poesías, que se nos muestra en Los cazadores de estrellitas; en el sensual y pleno en simbolismos Ay morena, mira pa trás, donde hombres de diversas etnias panameñas convergen alrededor del juego de bolas y hacen una alianza de paz mientras las mujeres bailan, sincretizando en su danza (y en la ejecución pictórica de Aristides) las tradiciones europeas, indígenas y africanas; en la magia del Tabaco de mayo, donde tanto seres mitológicos como humanos disfrutan en fraternidad la hoja recién cultivada mientras agradecen, en el baile alrededor del palo de mayo, a unos dioses de origen congoleño que ya no recordamos pero que de alguna manera siguen presentes, en la pintura, en la forma de unos querubines africanos; o en Agua de coco mar en los que todas estas emociones, los bichos raros y personas diversas se unen en celebración, en una especie de rito de bautismo frente al espectador que pronto se da cuenta que está ante una obra que abarca mucho más que la colección de piezas individuales de esta exposición.

Tabaco de mayo (*)

En la segunda de las series que componen este ciclo, que el pintor titula Arabescos aristidianus, Ureña Ramos analiza la idiosincrasia panameña utilizando la imaginería de la cultura popular. Para ello se aprovecha de esos logotipos e iconos mercantiles que abundan en el país del Canal de Panamá, la Zona Libre de Colón y la fabulosa Avenida Central, por los que pasan en abundancia productos de todo origen y naturaleza, y por las que ya el artista ha manifestado mucho interés en algunos de sus ciclos pictóricos anteriores. Símbolos que Aristides combina libremente con las ideografías kitsch que los medios de comunicación masiva, el instituto encargado de promover el turismo y los comerciantes de souvenirs venden como representativos de la cultura panameña: la pollera, la torre de Panamá la Vieja rodeada de palmeras reales, o el clásico barco en cruce frontal por las esclusas del canal. Todo, pasado por el tamiz de la imaginación de este artista que, no podemos olvidarlo ni por un momento, se formó en el corazón de la República.

El resultado son estos cuadros en los que Aristides Urena Ramos parece desdoblarnos y mostrarnos las diferentes caras, diversas aristas, de la identidad de este país habitado desde hace doce milenios, que algunos creen muy jovencito. Como viene haciendo desde la década de los setenta, el artista recoge toda clase de símbolos y estímulos imaginarios sacados de la intimidad panameña, ausculta las entrañas mismas de la identidad cultural del país, y proyecta sus cualidades en un lenguaje pictórico con valores universales.

El rey a caballo (*)
Así nos lo revela en El pintor, donde el personaje aparece desnudo, de espaldas al espectador (en el lenguaje del surrealismo: en introspección) mirando el paisaje kitsch de la torre de la ciudad quemada por el pirata Morgan; en Homus, donde hace algo similar con un personaje muy bien vestido, al estilo capitalino, mirando un rancho en medio de un paisaje interiorano; o en El rey a caballo, donde Aristides juega con los logotipos comerciales y estampas del imaginario interiorano panameño y retrata esa escena conocida en la que el hombre “saca” a la mujer de su casa para llevarla a la suya, obviando todas las convenciones y limitaciones del matrimonio. Al mirarlo, no se puede dejar de pensar en los mitos fundacionales de otros pueblos, como ese rapto con el que se inicia el imperio romano, celebrado con maestría por el escultor Giambologna. Algo similar hace con el manejo de los elementos tradicionales panameños en otros cuadros de la serie, entre los que se destacan La espera, Mary posa, Las Maris posan, Del cielo cayó una rosa y en esa paradoja, que el autor resalta con el Panamá escrito al revés, de La pollera o El Canal de Panamá, en las que se aprovecha de los elementos gráficos de esas banderolas negras made in China que venden a los turistas, donde aparecen también empolleradas o el emblemático canal trazados en tinta blanca o de colores eléctricos.

Pero, de la serie de Arabescos aristidianus, hay tres piezas que se deben resaltar, pues contienen elementos importante en este estudio de la identidad nacional que realiza el artista. En Panamá Paisaje Kreol, Ureña Ramos retrata con mucho detalle el país del tránsito marino, pero en el caso de este cuadro, los barcos que atraviesan el canal fluyen de la ciudad en primer plano, donde una casa de arquitectura antillana con tendido eléctrico define el paisaje, hacia ese inefable campo adentro en el que casas de quincha, bohíos y carretas son los que marcan la escena de ese camino marino hacia el horizonte. Lo que en cierta forma se repite en Panamen Aristidianus, donde el pintor observa acompañado de uno de sus tuliviejos, de espalda al observador, en obvia introspección, el mismo camino marino a través de la nación y en dirección al país interior. Paisaje que nuevamente es referenciado en Canalero, donde el personaje con sombrero a la pedrada camina esta vez desde un paisaje bucólico, parecido al de los cuadros anteriores, llevando la bandera panameña hacia el espectador, en aparente referencia a un Panamá cuyo canal solo tiene sentido para el desarrollo nacional si lo vemos con los ojos de la identidad panameña y no los del beneficio del mundo que tanto repiten muchos sin pensarlo, en especial los políticos criollos.

Panamen aristidianus (*)
Para concluir, quiero destacar los bordes de todas las piezas de este ciclo pictórico, parte integral de cada una de ellas. Territorio liminar, confín entre la realidad y las imágenes fantásticas que nos presenta Aristides, margen sobre el que este artista-pensador nos anota información que no es superflua. En cada uno, vemos los nombres de las obras, títulos necesarios para decodificar este universo aristidianus. Vemos siluetas de seres antropomórficos en actitudes heroicas. Diversos elementos de la vegetación panameña, sobre todo las selvas de inmensos árboles que parecen sostener el mundo desde la parte baja del cuadro. Paisajes campesinos, similares a los que en Panamá se pintaban en los vanos de los buses o en las paredes de las cantinas de algunos lugares del país. Y, rematando todas las esquinas, la pareja formada por un árbol muy robusto y una palmera que baila alegre al viento, homenaje personal de Aristides al hogar donde encuentra el equilibrio, sustento de cada uno de los trabajos de este extraordinario artista veragüense.

En buen momento Aristides Ureña Ramos trae a Panamá Kreol Criollo 2010, colección de poemas pictóricos, verdadero homenaje a la compleja pero apenas explorada cosmogonía panameña, y parada más reciente de esta serie de ciclos, búsqueda denodada, surgidos de la memoria y el amor por la patria que esperamos seguir recibiendo.

(*) Todas las fotos son cortesía de Aristides Ureña Ramos.


Versión completa del artículo publicado en La Estrella de Panamá donde se puede ver [[AQUÍ]].